Por Rosa Torres
En el desarrollo infantil, existe un conjunto de “primeras veces” que se graban en nuestra memoria: la primera vez que te sonríe, la primera vez que logra sentarse con el impulso de su cuerpo, o que sostiene tu dedo con fuerza… Pero hay una que suele ser la más significativa. Ese instante en el que un balbuceo de tu hije se convirtió en su primera palabra.
Las primeras palabras marcan un hito en el desarrollo del niñe y en su entorno: descubre que al decir “mamá” o “papá” puede generar una reacción en el adulte que le acompaña; una puerta que abre una gama de posibilidades. Eventualmente, irá acoplando más palabras, hasta llegar a componer oraciones, como por ejemplo: “agua papá”. Le niñe va nombrando lo que su mundo interior empieza a comprender y codificar. Va aprendiendo cómo funciona su entorno. ¿Qué sucede cuando van creciendo y los retos son otros, como empezar a leer o escribir?
Así como la primera palabra resulta todo un hito en sus vidas, también lo es leer por primera vez. La lectura es un puente para descubrir uno de los cien lenguajes a los que hace referencia Malaguzzi en su poema “El niño está hecho de cien”*. Leer es un proceso en el que el Puma construye y eventualmente consolida su conciencia fonológica; es como una danza entre el sonido y las letras, una danza que es complementada por la atención, la memoria, el pensamiento, la afectividad y el lenguaje.
Durante el quinto trecho, algunos Pumas Sparks han logrado leer por primera vez. Desde febrero, una niña Spark tuvo el propósito de completar su Packet de Level K para poder tener su badge de Writing Level K. Inició su ruta con muchos retos, y con gran perseverancia: reconocer sonidos en las formas de las letras para poder escribir. Sin embargo, se dio cuenta de que aprender a escribir no se da de la noche a la mañana, sino que implica practicar constantemente. Incluso tenía un cuaderno en el que practicaba letras y sonidos antes de escribir. Y en todo este proceso, esta joven heroína trajo a la tribu un cuestionamiento poderoso: ¿si estuviera en un “colegio”, aprendería más rápido?
Ella persistió. Practicaba constantemente, hasta que completó sus cuadernillos 1, 2 y 3. Lo hizo y rehizo varias veces, hasta que tuvo su versión oficial y llegó el día en el que nos comentó a las guías: “Ya terminé mi packet”. Las guías le dijimos que debía acudir a otro Puma que ya tenga ese badge para revisarlo juntes. La revisión fue extensa. Fueron días de borrar y reescribir. Llegó al punto en el que la compañera que revisaba el packet expresó su cansancio. “¿Y ahora qué hago?”, respondió la solicitante. La guía le sugirió buscar otro Puma que continúe la revisión. Al escuchar que ella quería ganar su badge con ansias, su compañera, cansada, regresó y le dijo: “Está bien, continuemos. Seguiré ayudándote”. En un acto de empatía y compañerismo, ambas iban dialogando sobre las palabras y sonidos que ayudan a escribir “mejor”. Quienes observaban la escena, estaban sorprendides por este acto de perseverancia, de solidaridad, por el deseo de aprender, de enseñar y no rendirse.
Ganó su Badge la semana pasada; estaba muy feliz y agradecida con su compañera que la ayudó durante tantas horas. Desde entonces, esta joven heroína ha continuado trabajando aun más.
Los Pumas Spark encuentran en el Studio espacios que los guían a entrenar su interés por la lectoescritura, como Reading Island, Writing Island y Word Playland. Además, tienen en otros Pumas referentes vivos de estrategias y formas para seguir esta aventura de escribir y leer.
Para finalizar, ¿recuerdas cuál fue la palabra más bonita que leíste o escribiste? Hoy puedes compartir esa palabra con tu Puma. Hay mucho por seguir conociendo.
*Este es el poema:
El niño está hecho de cien, por Loris Malaguzzi
El niño tiene
cien lenguas
cien manos
cien pensamientos
cien maneras de pensar
de jugar y de hablar
cien, siempre cien
maneras de escuchar
de sorprenderse, de amar
cien alegrías
para cantar y entender
cien mundos
que descubrir
cien mundos
que inventar
cien mundos
que soñar.
El niño tiene
cien lenguas
(y además cien, cien, y cien)
pero se le roban noventa y nueve.
La escuela y la cultura
le separan la cabeza del cuerpo.
Le hablan:
de pensar sin manos
de actuar sin cabeza
de escuchar y no hablar
de entender sin alegría
de amar y sorprenderse
solo en Pascua y en Navidad.
Le hablan:
de descubrir el mundo que ya existe
y de cien
le roban noventa y nueve.
Le dicen
que el juego y el trabajo,
la realidad y la fantasía,
la ciencia y la imaginación,
el cielo y la tierra,
la razón y el sueño,
son cosas
que no van juntas.
Le dicen en suma
que el cien no existe.
Y el niño dice:
en cambio el cien existe.