Un lugar seguro

Por Inés Kudó

Los Pumas terminaron de correr alrededor del parque. Mi hijo está estirando sus músculos junto con sus compañeros. Otro niño se le acerca por detrás, pega su cuerpo contra él, lo coge del cuello y dice: “Te violo, te violo”. La guía le pide que se detenga: “No es una broma adecuada”, le dice, y él responde: “Así jugamos”

Como equipo, sabemos que hay límites sobre lo que podemos hacer y decir, para no robarles a les niñes la oportunidad de aprender por sí mismes valiosas lecciones de vida, y hacerlo a su tiempo. Pero esto no es fácil cuando se trata de algo que toca fibras personales y profundas, porque queremos que lo aprendan ¡YA!. 

Como mujeres (que crecimos y vivimos en Perú), ha sido muy difícil para nosotras no reaccionar visceralmente ante estas bromas y juegos que normalizan la violencia sexual. Pero en este caso, luego de sopesar varias opciones, decidimos esperar y observar a los Pumas con atención, tal vez no volvían a usar la palabra.

La guía entró al Studio poco después y encontró a los dos niños de la primera escena, y uno más (los tres de 9 años), jugando en code.org. El niño 1 dice: “Viene el violante, violador que te va a violar”; “el violador está secuestrando”; “Oh no! Me quieren violar”. Los otros niños ríen y gritan interactuando con el juego. Se une otro niño, de 8 años. 

  • Niño 2: “Aviso, no viene ningún violador hasta ahora”.

  • Niño 1: “No, no viene ningún violador”.

  • Niño 4: “¿Cómo sabes que viene un violador?”.

  • Niños 1, 2 y 3: “Porque viola”.

  • Niño 1: “Y se… (inaudible)... bien rico”.

Se interrumpe su juego porque empieza el launch del Quest, pero una vez que termina, los niños vuelven al juego. Ahora hay un quinto niño observando; él es mayor. Pregunta sobre el juego. Niño 1 dice: “Es para mayores de 13, por eso es”, refiriéndose al juego. Un sexto niño dice: “No digas cochinadas, Mary Jane, que eso me prende” (este es un meme asociado a Spider Man, pero él posiblemente no lo sabe). A lo que mi hijo añade: “Eso me prende muy rico”, y luego completa: “me puedes prender con una antorcha”.

Toda la conversación es bastante perturbadora para nosotras como mujeres adultas, pero para ellos es un juego de palabras que no entienden. El Puma mayor entiende todo, pero no usa esas palabras en ningún momento. En una conversación posterior, cuando la guía le pregunta por qué no dijo nada, él comenta que es porque lo escucha en todos lados y de grandes y chicos, y ya no le sorprende.

En el equipo, debatimos intensamente qué debemos y no debemos hacer. No podemos dejarlo así. Van a crecer naturalizando la violencia sexual. Pero no podemos intervenir; debemos dejar el tiempo y el espacio para que un Puma lo haga. En el pasado las niñas han puesto límites cuando han escuchado lenguaje inapropiado. ¡Pero otra vez estamos poniendo la responsabilidad en las niñas! No es justo. Toca confiar en los Pumas. Pero tenemos la responsabilidad de crear un espacio seguro para todos y todas. El espacio seguro se crea empoderando a los Pumas. Se crea frenando las bromas que naturalizan la violencia. No nos ponemos de acuerdo. 

Yo digo que siento que me corresponde a mí, como mamá, hablar con mi hijo de este tema y no a las guías. Decidimos entonces compartir la transcripción de las observaciones de ambas situaciones con las mamás y papás de los Pumas involucrados, copiando, por supuesto, a sus Pumas. Pensamos que probablemente apreciarán, igual que yo, la oportunidad.

Como mamá criando un varón peruano, mi terror es que de grande se equivoque terriblemente y haga daño a alguien por malinterpretar, por no controlarse, por creer que podía, por no tomarse en serio. Me esfuerzo por enseñarle a respetar los límites de les demás en los juegos, las discusiones, las bromas, las peleas, en cualquier ámbito: “'no' es no”, “para apenas te dicen que pares”. Yo quisiera que ya hubiera aprendido la lección entera, toda de golpe, y así acallar esos temores maternos. Pero no funciona así. Le toca transitar su ruta, con sus tropiezos y sus propias transgresiones: fallar temprano, barato y bastante. 

En este caso, fallar barato significa, por ejemplo, bromear con palabras que no entiende y resultan ofensivas, incluso hirientes. Cuando conversé con él esa noche, muy tranquilo me confirmó todo. Para él, no había nada de malo. Me dijo que él entendía que “violar” era invadir el espacio personal de alguien, como aplastar o empujar; que “me prende” era prenderse con una antorcha. Me contó que salió del studio con su amigo repitiendo una y otra vez lo de Mary Jane, pero que otro niño, de 10 años, le dijo a su amigo que deje de decir eso porque es algo muy feo. Su amigo buscó a mi hijo y le repitió la indicación recibida. Además otro niño, de 12, también se acercó y le dijo que pare. Ellos no saben qué significa, pero ambos entendieron que había que parar y así lo hicieron. Y esto lo resolvieron mientras nosotras debatíamos sobre si podíamos esperar a que algún Puma ponga límites o no. 

Cuando le pregunté por qué él no le puso límites al amigo que lo agarró del cuello, me dijo que no le incomodó ni le dolió. Cuando le pregunté por qué repetía palabras que no sabía lo que significaban, me dijo que era para que no lo molesten. Esto abrió la puerta a que me cuente algo que no me había contado hasta ahora: que había Pumas que lo molestaban y que eso lo tenía harto, frustrado, molesto, triste. No es el único; otras mamás que conversaron con sus hijos me comentaron algo similar.

“¿Eres gay?, ¿eres gay?, ¿eres gay?” parece ser la nueva broma del momento entre varones. No solo en Tinkuy; la hemos escuchado a niños de fuera de Tinkuy. “El último que llega es gay”, “si te caes eres gay”, etc. Los varones juegan a fastidiarse entre ellos. Entonces prefieren ahorcar al amigo y decirle “te violo”, porque no se atreven a abrazarlo y decirle “te quiero”. Adriana me interpela: “¿No te parece que eso NO es barato? ¿No está sacrificando demasiado por encajar?”. Ambas nos proyectamos, nuevamente, 20 años al futuro, e imaginamos el whatsapp de patas con los chistes misóginos y los memes de calatas. No queremos formar ese tipo de varones.

Una broma desubicada y de pésimo gusto a los 9 años es un error barato, incluso valioso, si me da la oportunidad de tener esta conversación con mi hijo sobre sus temores, sus experiencias con sus pares, las decisiones que está tomando, la importancia de saber el significado de lo que dice, el poder de las palabras, el poder que él tiene y las decisiones que a partir de ahora quiere tomar. Al día siguiente, al escuchar a un compañero decir “tía Paola”, le preguntó si sabía que esa broma era de un meme racista. El compañero no tenía idea. Le aconsejó no repetir cosas si no sabe lo que significan. Seguimos conversando. El segundo día, decidió poner en la agenda de la próxima asamblea (Town Hall) el tema que más le importa, sobre las bromas. Luego dijo que pediría una mesa de la paz con los Pumas que le arranchan sus cosas todos los días, pero aún no lo hace. Probablemente necesita más tiempo. Así como mi hijo, los otros Pumas han estado mucho más pendientes de las palabras que usan. 

La toxicidad del machismo enquistado en nuestra sociedad se filtra inevitablemente en el studio. El racismo, el clasismo, la homofobia, también. “Eso es bueno” —nos sorprende Ale desde su esquina—, “porque es mejor que aprendan que existen, en lugar de crecer en una burbuja; que aprendan a lidiar con eso ahora, en este espacio en el que podemos observarlos y acompañarlos”. Buen punto. Al fin y al cabo, es como una inoculación, las dosis que reciben son bajas, no deberían infectarlos irreversiblemente. Y ya tienen muchas defensas incorporadas, Pumas que responden al “¿eres gay?”, con: “¿Qué tiene de malo?”, o “Ya, lo soy”.  

Yo sí creo que estamos construyendo un lugar seguro y esta situación me lo ha demostrado. Un niño de 10 años, varón peruano, que con frecuencia ha traído bromas sexuales al studio, ve que otro de 9 anda diciendo una frase de doble sentido sin saber lo que significa, siente que es su responsabilidad advertirle. No espera a que une adulte se ocupe. No se desentiende. Actúa. Y el niño de 9, al ser advertido, no ignora la advertencia, no se la guarda. Busca a su amigo y le comparte lo que acaba de aprender, para que, junto con él, corrija su error. El amigo ya recibió el mismo mensaje de otro niño, de 12, que también solía bromear así pero ahora trata de no hacerlo. También se sintió responsable de guiar a su compañero menor. Son cuatro héroes que cayeron y escogieron levantarse, juntos. Y de eso se trata. Un paso a la vez.