Por Yassira Huarcaya
Imagina que vives en un mundo ya conocido, con las mismas personas y rutinas de siempre. De pronto, aterriza una nave espacial, con un nuevo habitante que no conoce las reglas, tampoco a la tribu, y mucho menos la rutina. Al principio, solo lo ves paseando por allí, y de vez en cuando te sonríe.
De pronto, un día las cosas empiezan a cambiar. El nuevo habitante no usa muchas palabras para expresarse; solo algunas que acompaña con mímicas y sonidos. Se te hace difícil entenderlo. El nuevo habitante se echa sobre uno de los puff en algún momento de la mañana a tomar un biberón de leche y te preguntas si eso es posible. El nuevo habitante no sabe cómo funcionan algunas cosas en tu mundo: coge dos platos en vez de uno, o se echa en medio del arenero como si fuera un pequeño gato. Tú solo lo miras y piensas si está rompiendo algún acuerdo.
Las cosas en el espacio también cambian: ahora hay otros juguetes. Te parece recordarlos, pero no los veías hace tiempo. Y además hay cuentos para más pequeñes. Las guías de este mundo son más flexibles con el nuevo habitante y pasan más tiempo cerca de él; le explican con más detenimiento cómo funcionan las cosas, y en ocasiones lo tienen en brazos. Observas cómo sacan cosas raras y se las prestan; cómo inventan canciones para acompañar sus indicaciones; cómo lo acompañan muy de cerca y sientes algo raro. Una sensación de curiosidad y nostalgia te embarga. Nuevamente, algo cambia (en ti).
Matías acaba de cumplir tres años la semana pasada y forma parte de la tribu de Spark desde el inicio de este trecho. Su presencia en el studio ha interpelado a los Pumas de las maneras más esperadas —e inesperadas—, dulces y nostálgicas que he podido observar. “¿Un bebé? ¿Es un bebé?”, escucho decir a Alonso, mientras lo ve tomar su biberón muy cómodo sobre el puff. Alonso, Vicente y Manolo se arrodillan con mucha delicadeza cerca de él para observarlo. El nuevo Puma coge un rulo de Alonso y sonríe. Alonso me mira y me dice: “creo que le caigo bien”. Se acercan más Pumas y las preguntas no paran: “¿Yo era así?”; “Yass, ¿tú me conociste cuando yo era así de chiquito?”; “¿yo también tomaba biberón?”; “Yass, ¿yo usaba pañal?”; “¿cuándo empecé a hablar?”.
Muchos Pumas de Spark suelen expresar su deseo de ser grandes, ser más altos y ganar Badges. Recuerdo cómo muches niñes del studio esperaban ansiosamente cumplir cinco años para poder reportar y ganar gemas (antes era así). Durante los juegos también lo hacen saber, pues ponen como regla tener cierta edad para poder jugar. Luego del concierto de fin de trecho, Gonzalo volvió a venir peinado con el cabello parado (su “peinado pollito”, como le dice). Cuando le pregunté por su look, afirmó muy seguro y orgulloso: “Yass, así me veo más grande”. Un día, mientras yo jugaba a atrapar a Matías, dije en voz alta: “voy a atrapar un Matías”. Matías se rió y corrió presurosamente. Me percato que Gonzalo viene siguiéndome, se para cerca a mí y me susurra al oído: “¿no quieres atrapar un Gonzalo también?”. “Claro que sí”, le digo, y procedo a corretear a ambos.
La cercanía de las guías con Matías es evidente, ya que nuestro objetivo es generar un vínculo de confianza para que luego él pueda desenvolverse por el espacio con autonomía y seguridad. Durante este tiempo, y ya que Matías lo permite, hay juegos muy corporales junto a algunos abrazos espontáneos. Un día Matías corre y se sienta sobre las piernas de Rosi; ella lo mece mientras juega con él. En ese momento, se acercan Vicentte, Isadora y Alonso, quienes observan pacientemente lo que ocurre; solo se quedan allí, mirando y se colocan une detrás de otre. Matías decide bajar e ir al arenero. Inmediatamente después, Isadora toca el brazo de Rosi y le pregunta con una sonrisa: “¿ya es mi turno?”.
La interacción puede ser tímida al principio, pero algunos Pumas del studio Spark han demostrado ser bastante empáticos. Observo cómo Ale entabla una conversación con Matías; la noto interesada y preocupada por lo que escucha. Matías dice algunas palabras y las acompaña de sonidos y mímicas. Ale responde con palabras concretas; interpreta el mensaje de Matías y parece funcionarle. Tan maravillada como yo está Julieta, quien se acerca muy curiosa y le dice a Ale: “¿tú le entiendes?”, a lo que Ale responde: “sí, yo antes también hablaba idioma bebé”.
Durante el juego, Matías se desliza por una rampa. Isadora y Julieta se acercan a preguntarle si pueden jugar. Matías asiente con la cabeza y empiezan a turnarse para deslizarse. Isadora y Julieta colocan la rampa de una forma más retadora, y cuando llega el turno de Matías, muestra su queja con una serie de ruidos guturales. Entonces Isa le dice a Juli: “creo que esto es muy difícil para Matías”, a lo que Juli responde: “pero podemos volverlo a como estaba antes, solo para él”. Sin embargo, algo cambia en la dinámica, llegan Manolo, Vicentte y Alo cuando Isa y Juli ya se habían ido. Ellos colocan la rampa muy empinada y empiezan a deslizarse. Cuando llega el turno de Matías, él se asusta un poco con la altura de la rampa. Los Pumas le dicen: “no tengas miedo, lánzate nomás”, Matías continúa asustado. Los Pumas continúan con su juego, esquivando el turno de Matías. Al oír las quejas, se acerca Julieta, y con las manos en la cintura les dice: “es turno de Matías, tienen que respetar su turno. Él es más pequeño y tiene miedo. Pueden poner la rampa más chiquita”. Vicentte, Manolo y Alonso la escuchan y proceden a mover el módulo y a ayudar a Matías a subir.
Matías ha llegado a la tribu a mover emociones, su llegada ha generado empatía y asombro. Ahí está lo rico del sistema multigrado: nada es cancelatorio, siempre se puede volver, está bien ser pequeño y sentirse grande también. La convivencia diaria con niñes menores y mayores les devuelve el reflejo de lo que elles solían conocer o hacer y lo que podrán lograr. Estar en un espacio multigrado les demuestra que su edad no determina su capacidad para aprender o lo que son capaces de hacer. Hay Pumas de cinco años que ya leen y otros de seis años que están en proceso. Hay Pumas de cinco años que se autorregulan emocionalmente y ayudan a otros de seis años a regularse y hay Pumas de cuatro años que demuestran mucha empatía e invitan a reflexionar a les otres. En este espacio todes aprenden de todes, de les más grandes, de les más pequeñes, y en especial de habitantes que acaban de aterrizar.