Jugar libremente, sin supervisión

Por Adriana Seminario

Siempre he sido una gran defensora del juego libre y sin supervisión. Conozco los beneficios socio-emocionales y físicos que trae consigo; he leído e investigado sobre el tema desde antes de empezar a trabajar con niñes. Lo que más ha llamado mi atención, siempre, es la diferencia que hay entre el comportamiento e interacción entre les niñes cuando hay, o no, une adulte presente. Cuando les adultes estamos ahí, todo gira en torno a nosotres. Les niñes buscan nuestra aprobación, nuestra mirada; buscan desafiarnos o mostrarnos que siguen las indicaciones que les hemos brindado. Pero cuando le adulte desaparece, todo vuelve hacia les niñes. 

Dan Marullo, psicólogo de niñes, señala al respecto: “Si observas cómo juegan los niños en edad preescolar, se enzarzan en pequeñas discusiones, pero si les dejas tranquilos, lo solucionan. Si los adultos intervienen y dirigen eso, no tienen la capacidad de aprender esas habilidades por sí mismos. Necesitan la oportunidad de salir ahí fuera, ensuciarse y cometer errores, tanto solos como con sus compañeros”.

En el juego libre, lejos de la mirada adulta, les niñes crean sus propias reglas, negocian y prueban límites. Estas semanas los Pumas Discovery han inventado múltiples juegos divertidísimos: el de la mano-media (una suerte de fútbol americano con una media enrollada, vetado por otros Pumas que lo encontraron desagradable), un juego con chapitas, otro con botellas recicladas. Han empezado a construir edificaciones cada vez más sofisticadas con las maderas del risky play (una propuesta inspirada en el Anji Play) y luego a jugar el piso es lava con ellas. Están tomando los materiales reciclados que tienen a la mano y dando rienda suelta a su creatividad.

Este es un espacio privilegiado para desarrollar habilidades sociales y emocionales fundamentales: empatía, para imaginarte cómo se siente le otre que siempre pierde el mismo juego; asertividad, para decirle a un amigo que ya no te gusta un juego porque duele; autorregulación, para saber cuándo parar; autoconfianza, cuando logras saltar más lejos, trepar más alto, correr más rápido; autoconciencia, para identificar tus propios límites o para reconocer que te picaste por perder; y mucho más.

Sin embargo, como mamá y como acompañante de infancias, nunca me ha sido fácil dejarles por sí mismes: siento mi estómago encogerse cuando veo a une niñe tomar un riesgo físico y me cuesta mucho controlarme para no intervenir. Estas dos últimas semanas, me he cuestionado —aun más— cuán necesario es el juego sin supervisión. He dudado de nuestra apuesta por dejar a los Pumas jugar en libertad, incluso dentro del espacio seguro que es Tinkuy. Al consolar su llanto o curar su herida, he dudado si debí evitarlo. Pero luego he mirado con atención esta foto: 

Y con ella, he renovado mi convicción: con o sin supervisión, les niñes se van a caer, se van a golpear, van a hacerse daño real y de eso saldrán fortalecides; siempre y cuando, claro, los riesgos sean controlados. Este Puma puso mal el pie al saltar de una altura considerable y se lesionó; pasó algunos días enyesado. Sin embargo, no es el dolor lo que llamó mi atención, ni siquiera su dificultad para movilizarse. Lo que ha captado la atención de les adultes de Tinkuy es toda la valentía que se requiere para pedir ayuda. Porque cuando te caes y te haces daño, hay dos momentos: 

  1. Reconocer que nuestros cuerpos son frágiles, que nos caemos y nos rompemos, y con ello, aceptar nuestra humana vulnerabilidad, no solo en lo físico, sino también en lo emocional. 

  2. Y vencer el miedo o la vergüenza de pedir ayuda: decirle a une amigue que no puedo sole y que necesito que me ayuden a cargar las muletas, a levantarme del piso, que llamen a une adulte. 

Los Pumas juegan solos, se golpean, lloran y se recomponen después de la caída. Pero también se cuestionan constantemente: ¿esto es peligroso para mí?, ¿es esto algo que soy capaz de hacer?, ¿qué pasaría si mi amigue lo hace y se cae?, ¿somos todes capaces de hacer eso?, ¿a quién quiero invitar a tomar este riesgo conmigo?, ¿cuándo debo llamar a une adulte?, ¿qué es más importante: la diversión o la seguridad? Las respuestas a estas preguntas, sus decisiones, los preparan para situaciones en el mundo real; para necesitarnos menos y seguir siendo, realmente, protagonistas de su propia ruta.

Les adultes estamos cerca, preparando su espacio, preparándoles a elles, confiando, soltando y manteniendo una distancia respetuosa. A veces no vemos un peligro donde debimos verlo; a veces intervenimos muy pronto; a veces nos asustamos y reaccionamos innecesariamente. A qué mamá o papá no le ha pasado. Las guías también. Somos humanes. Nuestra tarea como guías, como papás y como mamás, es equiparles poco a poco para que sepan prevenir accidentes y gestionar el peligro si alguna vez no pueden evitarlo. Información, conversación, preguntas socráticas y reglas claras son algunas de las formas en las que los Pumas se van equipando; la otra, la más importante quizá: la experiencia. Fallar barato, temprano y bastante es el lema de Acton Academy y de Tinkuy, y el juego libre, no supervisado, les ofrece muchas oportunidades para eso. 

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