Por Fernando Ureta
Nuestra llegada a Tinkuy fue un poco fortuita. Veníamos de una experiencia de educación alternativa bastante decepcionante, tanto para nosotros como para Maitane. Había varias cosas con las que no estábamos de acuerdo, pero no vale la pena enumerarlas aquí. Solo diré que el punto de no retorno fue cuando Maitane nos dijo que no quería volver al colegio, porque se aburría mucho en clase. Cuando le comentó a su profesora que las clases eran muy repetitivas, le respondió que tenía que esperar a que todos sus compañeres entendieran la materia para poder avanzar. También nos comentó que en su salón no había respeto por las normas; que no la dejaban estudiar y que los trabajos grupales los tenía que hacer sola, porque sus compañeres solo querían jugar.
Este fue un duro golpe para nosotros, porque habíamos empleado bastante tiempo en escoger un colegio para nuestra hija; uno que fuera laico y no tradicional. ¡Y pensábamos que lo habíamos encontrado! Lamentablemente, la propuesta de este colegio se quedaba solo en el papel. Así que comenzamos de nuevo la búsqueda, pero esta vez atendiendo a lo que nos dijo Maitane. Se me hacía difícil imaginar otro colegio alternativo, porque ella necesitaba orden, respeto y disciplina para sentirse cómoda.
Así que comenzamos a buscar colegios que fueran tradicionales, pero conocidos por ser un poco innovadores en sus métodos. Tuvimos que dejar de lado un requisito que era importante para nosotros: que fuera laico; porque si no, nos quedábamos solo con una alternativa. En los dos colegios que escogimos dejaron ir a Maitane a clases por algunos días, y le dimos un cuaderno para que pudiera tomar apuntes como el resto de sus compañeros. Mi sorpresa fue que, en vez de utilizar el cuaderno para tomar apuntes en clase, Maitane se puso a analizar su método de enseñanza. Me dio mucha risa, la verdad, y pensé: “¡Ay, esta Chini!”.
A continuación, les comparto algunas de sus impresiones:
Aprenden cosas bastante fáciles.
Las maestras no dan mucha participación a los alumnos.
Tienen tiempo límite para hacer algunas cosas.
Antes de empezar las clases, hacen mucho ruido.
En las clases de inglés, todo se habla en inglés y algunos alumnos se molestan bastante.
En las clases de inglés, la profesora no da ayuda, lo cual me parece bien, porque en la clase de ciencias la profesora les dice todas las respuestas y así yo creo que no aprenden nada.
No me gusta que usen uniforme.
Estábamos, pues, en un problema. Teníamos que elegir entre el colegio menos malo, y yo no estaba cómodo con esa decisión. Me sentía un poco frustrado, porque se acercaba el final del año y no teníamos mucho margen de maniobra. Entonces, una tarde, Brissy me comenta que una amiga le había hablado de Tinkuy; que era una propuesta alternativa al colegio; que había leído su web y preguntado a un par de personas que lo conocían —por conocidos que tenían a sus hijos ahí—.
— Mañana hay una charla —me dice—. ¿Nos apuntamos?
— Ok —le digo, más por su interés que por otra cosa. La verdad, no esperaba mucho de la visita.
Al día siguiente, fuimos a la charla con Inés. Primero, me encantó la sinceridad con que exponía la propuesta. Más que tratar de vendernos un producto, nos habló de los desafíos y retos que habría tanto para nuestres hijes como para nosotros. Después me sentí bastante identificado con el tema de la independencia y con darle la responsabilidad del aprendizaje a les niñes. Como papá de hija única, había empezado a notar desde el año anterior que en ocasiones era bastante sobreprotector con Maitane.
Por temas de mi propia infancia, siempre he intentado ser un papá súper presente, que acompaña, escucha, enseña y fomenta la curiosidad por aprender que mi hija tiene. Sentía que era momento de empezar a soltar; dejarla tomar sus decisiones, aunque se equivocara. Era momento de que ella empiece a pelear sus propias batallas y resolver sus conflictos sin imponer mi punto de vista, y entendiendo que a veces la mejor manera de avanzar es cayéndose. Pero no tenía las herramientas y tampoco la confianza para hablar del tema con otros padres; así que intentaba, a mi manera, de ir soltando poco a poco.
Luego vino la visita guiada por los Pumas —desde el primer momento, me encantó que se hicieran llamar así— y nos tocó Giulia de guía. Todo iba bien, hasta que subimos al segundo piso y apareció Túpac, que comenzó a hacer de guía mío, mientras Giulia seguía con Brissy. Cuando ella —Giulia— se dio cuenta de esto, le dijo a Túpac que ella estaba a cargo de nuestra visita, a lo que Túpac rebatió diciendo que X (no recuerdo el nombre que dijo) lo había asignado a él.
Por mi experiencia con niños de esa edad, pensé: “Bueno, se viene una discusión gorda”. Y ya me estaba preparando para intervenir, con el típico discurso conciliador del tipo: “bueno, chicos, lo pueden a hacer los dos”, cuando —oh, sorpresa— Giulia le pidió a Túpac que vaya a preguntar de nuevo. Y un momento después, él vuelve reconociendo que Giulia estaba en lo correcto. Así que seguimos la visita con nuestra guía.
Cuando terminamos la visita con Brissy, estábamos convencidos de que queríamos seguir con el proceso. Le dijimos a Inés que estábamos bastante interesados y si cabía la posibilidad de que Maitane fuera a la semana de visita, mientras nosotros leíamos el libro Courage to Grow y completábamos nuestros cuestionarios.
El libro me hizo mucho sentido. Me sentí identificado con varios de los temores que uno puede tener al tomar un nuevo camino y también con el convencimiento de que el sistema tradicional no es la mejor opción educativa. Me alegré de ver a los protagonistas crecer como grupo; me dio pena cuando su hijo mayor decide ir a un colegio tradicional.
En fin, sentí, al igual que cuando hablamos con Inés, que me estaban contando sus experiencias, las buenas y las malas, y eso me dio tranquilidad. La tranquilidad de saber que hay gente que está intentando algo nuevo, porque no le gusta lo que hay; de que la educación de tu hije no es algo exclusivo del colegio que escojas y de que lo importante de la escuela es que debe prepararlos para la vida, dándoles la posibilidad de cometer errores y equivocarse en una etapa en que es más fácil reconducir o cambiar tu forma de actuar. Todo esto, sumado a la felicidad con la que Maitane volvía de Tinkuy todos los días, nos terminó de convencer de que era la mejor opción.
Ya llevamos cuatro meses siendo parte de esta aventura. Nuestra hija es ahora un bello Puma, que es parte de una manada que la respeta y la acoge; una manada con la que tienen intereses comunes y con la que trabaja, realmente, en equipo. Para nosotres, esto era un tema, ya que ella es un poco tímida cuando se enfrenta a un nuevo grupo; pero la verdad nos ha sorprendido lo bien que se ha adaptado. Por ella hemos conocido a chicas bellas de corazón; empoderadas como Sofía, Emilia, Daniela y Talis; también a Ignacio, un chico noble y generoso, que incluso un día me regaló una garra de puma hecha por él.
Nosotros también nos hemos sentido acogides por otras familias. Mónica y Julio nos han ayudado desde el inicio y evitaron que me diera un paro cardiaco la primera vez que entré al Tinkuy Journey y vi los Badges. Pilar, Paz y Susanne fueron súper lindas acogiendo a Maitane en sus casas y hablándonos con mucho cariño de ella.
Por eso, cuando mis amigues me preguntan por la diferencia entre el colegio anterior y Tinkuy Marka, les digo que esta es notable.
Primero, por la motivación. Maitane ha recuperado esas ganas de aprender que tuvo en sus primeros años de colegio, cuando todo era más lúdico, y el crecimiento o descubrimiento es más personal.
Segundo, por el respeto. Al ser los padres y madres partícipes del proyecto, se respetan los espacios, las reglas y a los niños. Y esto los Pumas lo ven y lo imitan.
Tercero, por los Badges. Comencé contando que todo este proceso de cambio de colegio me encontró en pleno cuestionamiento de cómo estaba haciendo las cosas como padre. Los Badges Familiares me han ayudado, por un lado, a reafirmar mis creencias y motivarme con los logros de Maitane, y por otro lado, dándome herramientas para hacer los cambios que quiero y necesito hacer para poder acompañarla de una mejor manera.
Por último, las Discusiones Socráticas. Me encanta —aunque a veces me agota— ver a Maitane refutar y cuestionar mis decisiones con argumentos, a veces correctos y otras no; pero sin duda, nos han abierto un camino de diálogo más horizontal y nos han permitido dejar de lado el clásico “porque lo digo yo”.
Sabemos que estamos en una ruta que acabamos de comenzar; que habrá momentos más críticos o menos reconfortantes. Pero mientras veamos a Maitane con la motivación para enfrentarlos y crecer, estaremos felices de poder regalarle a nuestra hija la posibilidad de convertirse en la heroína de su propia vida.