Por Yassira Huarcaya
Para aprender se necesita motivación, esfuerzo y paciencia; porque el camino es largo, agreste, y con altas y bajas. Pero cuando las cosas cuestan esfuerzo, llegar a la meta es especialmente gratificante. En esta oportunidad, les comparto cuatro historias de cómo los Pumas van enfrentando sus retos y conquistando nuevos aprendizajes. Mientras tanto, nosotras vamos aprendiendo con ellos a confiar en el proceso.
Ella está intentando aprender las letras, sus nombres y sonidos. Coge una letra, la mira y va al abecedario gigante que tenemos en la pared. La busca y dice: “esta es la deeee…”. Observa detenidamente todas las imágenes y se detiene en una a la vez que agrega: “esta es la de taza: la te, la ttttt” (trata de imitar el sonido de la letra). Sonríe orgullosa y continúa con su material. Ya conoce la “t”, la que está en su nombre, la de taza y una de las primeras letras que le abrirán el camino hacia la conquista de la literacidad.
Durante la clase de arte, él le pide a su compañera que lo dibuje. Ella lo intenta, pero a él no le gusta mucho el resultado. Luego le pide que lo vuelva a hacer; pero, nuevamente, el resultado no es de su agrado. Él, entonces, decide intervenir el dibujo él mismo. Al rato, ella le pide que la dibuje. A ella tampoco le gusta el resultado y le dice: “no me gustó; así no soy yo”. Él le responde: “no lo hago tan bien, pero esta bien porque cuando tú me dibujaste me fallaste tantas veces, que me enseñaste fallándome. Por eso tuve que intentarlo solo”. Él ha entendido, a sus cinco años, que el error es un compañero inseparable del aprendizaje.
A ella la he visto preguntarse y cuestionarse por qué aún no sabe algunas cosas. La he visto entrar a Bear Island para intentar sumar, cuando aún no conocía los números del 11 al 20. La he visto frustrarse y echarse sobre la mesa por unos minutos, para luego retomar. Días después, luego de horas de práctica, la he visto coger su tabla para sumar y lograrlo. Ella ahora tiene otra meta clara: se encuentra en su camino de conquistar la lectoescritura. Casi todos los días intenta avanzar su packet del ninja. “Ya conozco las letras; solo me faltan los sonidos”, dice. “Voy a ver si ya estoy lista”. Lo intenta, avanza con dos letras y sale del studio afirmando que aún no, aún no está lista; y agrega —con una sonrisa en el rostro—: “pero está bien…, además, hoy veré a Anita (su terapeuta) y voy a aprender más”. Ella sabe que existe el “no puedo”; pero lo más importante, es que sabe que existe el “no puedo… todavía”.
La primera semana del trecho, el niño menor del studio, con sus tres años, ganó tres gemas. Tomaba un juego, lo resolvía y luego lo guardaba. Para él, eso significaba ganar una gema. Le explicamos que así no funcionaba el sistema y que las gemas se ganaban por el tiempo que le dedicaba a cada juego: una gema por cada 10 minutos de trabajo enfocado. Al principio, eso lo desanimó un poco y su récord de gemas siguió de la misma manera: tres o cuatro por cada semana. La semana que más hizo, logró siete gemas. Cuando hicimos el último banco de gemas del trecho, conversamos sobre la semana que más gemas hizo y la que menos. Entonces terminó la conversación con un: “mañana haré más”. Pero el trecho terminaba y ese “mañana” sería luego de una semana. Hoy es el primer viernes del segundo trecho; hay banco de gemas y él tiene en su cofre ¡26 gemas! Está feliz y emocionado, y me pregunta a cada momento si ya abrirá el banco. No sabemos si la próxima semana hará más o menos gemas. Pero todo estará bien, porque ha aprendido algo muy valioso: sabe que puede lograr sus propósitos, y está orgulloso de él y de su esfuerzo. Lo ha hecho a su propio ritmo.
Verles aprender autónomamente es algo increíble. Ver que no se rinden, que siguen intentando y que, a pesar de fallar, mantienen la motivación intacta, es realmente una sensación de otro planeta.