Tinkuy Marka Academy

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La mágica travesía en el Tinkuy Talk

Por Leonardo y Marcela (papá y mamá Spark)

Recuerdo el día que me contaron del Tinkuy Talk; estaba cocinando. Manolo y Julieta vinieron a casa con un desafío en mano, y aunque en un principio no le di mucha importancia, Marce, siempre entusiasta, les alentó a prepararse. Durante un par de días intentó que ensayaran su discurso, pero, ¿cómo reaccionaron Manolo y Julieta? Perdidos en su mundo; parecían no darle importancia a la preparación. Fue entonces cuando Marce tuvo una idea brillante: grabarlos con el celular. La simple mención de una grabación hizo que los ojitos de Julieta brillaran de emoción. Al notar ese entusiasmo, no pude evitar interesarme más en lo que estaban haciendo.

El proceso de grabación fue una auténtica fiesta. Lo veían como un juego y nosotros, sin querer, nos sumergimos en esa dinámica lúdica. Lo que para nosotros eran “errores”, para ellos eran momentos de pura diversión. Marce, un poco preocupada por la perfección, intentaba corregirlos, mientras yo me dejaba llevar por sus risas, gestos y ocurrencias. Pronto, Marce también se sumió en esa atmósfera de entretenimiento y juego. Como bien dicen en Perú: todo fue “un mate de risa”.

Llegó el día de la audición, y ahí la cosa se puso algo seria. Noté a Manolo un poco tenso. Había preparado unos badges que quería mostrar y, con cuidado, le ayudé a colocarlos en su pañoleta. Tras el desayuno, ambos partieron llenos de energía. Nunca me imaginé que al regresar pasaría lo que debíamos enfrentar. ¿Qué pasó? Bueno, en mi opinión y en la de Marce, nos vimos frente a un panorama agridulce: la alegría radiante de Julieta contrastaba con la profunda tristeza de Manolo, que no pudo evitar las lágrimas.

Julieta, con ese corazón enorme que la caracteriza, trató de restarle importancia a su logro para no hacer sentir mal a su hermano. Incluso soltó una frase para darle a entender que “esto no es importante para mí, Manolo”. Pero yo percibí que su cuerpo expresaba otra cosa. Una mezcla de emociones. Para Marce y para mí, el reto era cómo acompañar esos sentimientos tan dispares: la alegría de una y la tristeza del otro. Optamos por estar con Manolo ese día, escuchándolo y apoyándolo en su desilusión. Marce lo acompañó desde su contención más habitual, en forma corporal, y yo, en el juego. 

Al día siguiente quisimos celebrar el logro de Julieta. Manolo, con una madurez sorprendente, mostró empatía hacia su hermana. Aunque a veces recordaba el episodio con una sombra de tristeza en su rostro, el ver a Julieta feliz parecía reconfortarlo.

Y llegó el Gran Día. Julieta decidió que iría acompañada de su padre, dado que solo nos permitían entrar con un acompañante. Sin embargo, al llegar a la entrada de Tinkuy, una oleada de tristeza la embargó al pensar en dejar atrás a su familia. Entró en llanto y tomó a su madre de la mano con fuerza, como queriendo arrastrarla dentro. Para sorpresa de todos, nos permitieron entrar juntos. El rostro de Julieta se iluminó, y el de Manolo reflejó una felicidad que iba más allá de cualquier escenario. Al verla en el escenario, Marce, Manolo y yo fuimos invadidos por la alegría y el asombro. Verla allí, con su hermoso rostro contando uno de los aprendizajes más importantes de su vida: “respirar para calmarme” —¡qué gran frase!—. El corazón nos quedó lleno de amor y gratitud hacia Tinkuy, al universo y la vida.

Esta experiencia nos enseñó una lección invaluable. A menudo, como padres, queremos protegerlos o influir en cómo deberían sentir nuestres hijes. Sin embargo, lo más importante es dar espacio a todas las emociones, ya sea tristeza o alegría, pues cada una tiene su función. También a respetar el proceso individual de cada une. Es en la ligereza y en el respeto mutuo donde encontramos la verdadera esencia de la familia.