Tinkuy Marka Academy

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Una fe renovada

Por Inés Kudó

Tinkuy nació hace seis años como un acto de fe. Sintiendo a la sociedad anclada en un modelo educativo tradicional y rígido, Tinkuy fue una apuesta por soltar amarras y zarpar hacia un mundo desconocido, convencides de que cuando les niñes conducen su aprendizaje, aprenden mejor y más felices. Había suficientes razones para creerlo; casi podíamos “palpar” ese potencial en los primeros dos años navegando esta ruta. 

Pero como en todo Hero's Journey, llegamos al abismo profundo, la prueba de fuego. El golpe que supusieron los casi dos años de cuarentena fue muy duro; porque todo ese tiempo hubiera sido clave para el crecimiento y la consolidación de nuestra cultura learner-driven. En cambio, transcurrió entre launches por zoom, challenges en casa, alta rotación de familias, y lo que se vivió como un interminable distanciamiento social, físico y emocional. El cariño, el entusiasmo y la creatividad de todes nos mantuvieron a flote, pero el desgaste dejó su huella.

Empezamos el quinto año con mascarillas y mucho distanciamiento. Habíamos sorteado juntes una terrible tormenta, aunque no imaginamos que venía una más intensa. Los Pumas regresaron diferentes: emocionados y al mismo tiempo desbordados; felices de encontrarse y a la vez muy tristes por todo lo que habían tenido que vivir; definitivamente más grandes, pero al mismo tiempo, más dependientes. Parecía que ya no sabían cómo controlar sus cuerpos y sus emociones cuando jugaban. 

La energía, la fuerza, los gritos, la distracción, terminaban ahogando la escasa motivación para adentrarse en meandros que exigían algo de esfuerzo o colaboración. Les costaba enfocarse, se rendían ante la frustración, no sabían trabajar en equipo, esperaban que alguien les explicara. Varies volvieron con uno o dos años de retraso académico; otres, no entendían inglés. Entraron y salieron un par de decenas de Pumas en un mismo año. Para una comunidad de 60, eso es bastante.

Construir la cultura de intencionalidad, civilidad y excelencia —que caracteriza a las comunidades learner-driven de Acton— parecía una tarea titánica. El guía de Discovery dio un paso al costado. El studio Ágora naufragó luego de duras semanas de peleas constantes entre sus integrantes, distracciones y crisis emocionales. Estos son procesos que, sabemos, atraviesan todas las Acton Academies en algún momento. Son las crisis que permiten el crecimiento, el renacimiento y la consolidación de las tribus. Son necesarias incluso. Pero eso no las hace menos dolorosas o difíciles. 

Debo confesar que en ese momento mi fe tambaleó. No sabía si podríamos implementar un modelo realmente learner-driven en una cultura como la nuestra. Tambaleó mi fe al ver a tantos Pumas elegir una y otra vez la vía fácil, la distracción, la resistencia, la irresponsabilidad, y hasta la trampa. Me ganó la impaciencia y dudé del proceso. 

Tambaleó mi fe, también, al ver a familias, una y otra vez, rescatar, excusar o proteger a sus Pumas frente a consecuencias que debían asumir; familias que nos exigían acciones que claramente no eran socráticas, y al mismo tiempo, buscaban evadir el apoyo psicológico que necesitaban brindarle a sus hijes. Me ganó la frustración, y dudé de nuestros sistemas.

Tambaleó mi fe al ver que las guías tenían que lidiar con cada vez más presión y demanda emocional por parte de las familias y de los Pumas, con más exigencias mías y del equipo, sumadas a las tremendas circunstancias que nos había tocado enfrentar. Me ganó la bronca, y dudé de mí misma. 

Estaba, pues, en lo más profundo del abismo: la gran tribulación.

Pero volví la mirada sobre la tribu. Miré al equipo, y vi que tenía una tribu de guías valientes con más de tres años en Tinkuy y un claro compromiso con sus Pumas. Ellas estaban apostando por “bring back joy”, y tomé esa brújula. Miré la tribu de Acton Founders, que siempre está ahí, compartiendo lecciones y experimentos, y vi que estaban experimentando con un nuevo modelo de gestión del tiempo, y tomé ese remo. Miré a la tribu de familias; les pregunté si estarían dispuestas a dejar a sus Pumas conducir su educación, y tomé esa tripulación de familias que eligieron quedarse. Miré a los Pumas, vi cómo agarraron el timón el último trecho del año con coraje, alegría y sabiduría, y les dejé capitanear su barco. Y así llegamos a buen puerto el 2022, con una fe renovada. 

Este 2023, Tinkuy ha zarpado a otro nivel. Hemos tenido el mejor primer trecho de nuestra historia: realmente learner-driven. Ningune adulte le ha dicho a ningún Puma cuándo trabajar o cuándo jugar. Y el resultado ha sido genial. En Discovery, han presentado y aprobado 15 badges. El año pasado, fueron cero, y antes de eso, el récord de un primer trecho habían sido dos. En Spark, ha sucedido algo parecido: eliminamos la imposición adulta de que recién al cumplir 5 años pueden ganar gemas. Los Pumas ahora deciden si quieren, o no, contabilizar su tiempo de esfuerzo con gemas (una por cada 10 minutos). Como resultado, tenemos Pumas de 4 y 5 años enfocados por más de 90 minutos en retos complejos, porque así lo desean. 

Ciertamente mi fe se ha fortalecido al ver cómo valoran su tiempo y su espacio en Tinkuy. Caetana, de 10 años, detiene a otro Puma que entra haciendo bulla y le pide que vaya a jugar afuera porque la está desconcentrando. Giulia, de 9, el mismo día que perdió tres elecciones, decide ofrecerse de voluntaria para enseñar a los Pumas más jóvenes a fijarse metas. Se ha dado cuenta de que si quiere liderar, no basta postular, y no se ha quedado de brazos cruzados. Túpac, de 13, sostiene los límites cuando ningún otro Puma se atreve, y quita la pelota a los que están jugando fútbol porque ya acordaron que eso molesta al resto. Lo hace sin pelear. Mayu, de 9, y Lima, de 12, se frustran porque Talis, de 6, no les hace caso y está viendo videos cuando no debe. Lima se indigna y protesta: “¡con esa actitud, no debería estar aquí!”. Sus palabras son duras, honestas. Talis no dice nada. Al final del día, Talis ha completado su badge de Writing Level 1 por sí sola y está orgullosa. 

Gonzalo, de 3 años, consuela a Cata (6) y a Lucien (5), que lloran porque extrañan a sus papás: “todos los papás encuentran la forma de volver”, les dice, y luego los lleva a jugar. Vicentte le pregunta a Isadora (ambos de 5 años) cómo aprendió a leer, y ella le explica que primero tiene que conocer las letras y sus sonidos, y se las comienza a presentar. Emilia (6 años) ha decidido que ella tiene que aprender a sumar, restar y leer, porque ya quiere pasar al siguiente studio y domina, día tras día, nuevas habilidades a base de mucha práctica, esfuerzo y concentración.

Ahora sé que vendrán nuevas tormentas a azotar esta nave, pero navego con una fe renovada en nuestra embarcación conducida por Pumas, con una tripulación de guías y familias que creen en ellos y los apoyan con coraje contra viento y marea.