Consentimiento y soberanía corporal
Por Giovanna Mejía, mamá
¿Qué son el consentimiento y la soberanía corporal? ¿Qué significa saber/poder acompañar a mi Puma para que respete y haga respetar los límites del consentimiento y la soberanía corporal, sin intervenir, sin rescatarlo y sin perseguirlo? Son preguntas complejas, sin duda. Por eso, con este texto inicio la reflexión y el cuestionamiento a los que arribé en esta parte de mi viaje de héroe como mamá Tinkuy.
Empiezo por lo más concreto. Felizmente, mi familia tiene algunos checks —los más obvios quizás— respecto a las estrategias recomendadas para favorecer esta competencia: primero que nada, sabemos qué es el abuso y queremos evitar que nuestro Puma sea víctima o victimario del mismo; segundo, no evadimos la conversación sobre sexo; las tenemos cada vez que pregunta o tiene alguna curiosidad. De hecho, hemos iniciado su crianza enfatizando su libertad de elegir cuándo expresar afecto, y hemos cultivado “la alfabetización corporal”, evitando darle sobrenombres a las partes privadas del cuerpo y llamándolas por sus nombres correctos.
Sin embargo, a pesar de cumplir todos estos checks, me quedo con la sensación de que, a medida que mi Puma viene creciendo, nos podemos estar relajando u olvidando de reforzar algunas cosas. Por ejemplo, sí, respondemos a sus preguntas; pero, ¿mantenemos una cultura abierta sobre el tema sexual? ¿Qué significa mantener una cultura de comunicación abierta sobre sexo, cuando me he “ampayado” a mí misma deseando que algún día deje de preguntar sobre eso? Deseamos que tenga capacidad de decisión respecto a sus expresiones afectivas, pero le decimos: “abraza a tu tío” (un familiar al que no ve más que unos días cada dos años). Todo esto es evidencia de que hemos dejado de ser “intensos” con la política de autonomía sobre a quién y cómo expresa su afecto —en el mundo de los adultes, sobre todo—.
Pensando en estas preguntas, me he dado cuenta de la importancia de reforzar todos estos temas, sea la edad que tenga, ya que esto es un trabajo contínuo. Pero darme cuenta de ello también me confronta con la esencia de nuestra familia. En nuestro caso, nuestras familias son muy diferentes, incluso antagónicas: una es expresivamente cariñosa (la paterna) y la otra muy poco expresiva (la materna). Nuestro Puma ha terminado por absorber o acoger un poco más la cultura paternal. Por eso me cuestiono sobre cuánto y cómo debemos seguir conversando sobre estos aspectos, ya que los límites de cada persona serán aun más diversos en el ámbito externo, es decir, no familiar. ¿Cuánto de esto es cultural? ¿Cuándo una expresión de afecto es una falta de respeto? Son muchas preguntas.
Otra cosa que me llama la atención: nuestro Puma ha podido construir una relación cercana con una de sus tías paternas que vive en EEUU, con tan solo un contacto esporádico presencial y sustancial comunicación virtual. La relación de confianza con ella es muy superior a la que tiene con mis hermanas, por ejemplo, que viven en Lima, pero que no trabajan para construir esa relación con mi Puma (además de las diferencias sobre posturas de crianza). Pero esto no es consentimiento ni soberanía corporal; es sobre conexión profunda en contextos de genuina confianza y cariño.
Hay más puntos en los que no tenemos tantos checks, como en los aspectos más ligeros y cotidianos de este modelamiento, ya que hemos dejado mucho en la cultura de lo “implícito”. Por ejemplo, sabemos que los tres podemos comer del plato del otro pidiendo un tibio permiso, no tan explícito. Así también, a la hora de abrazar, tampoco pedimos permiso la mitad de las veces, y finalmente, mi Puma tiene un tipo de juego físico con su papá que se trata, justamente, de no tomar en cuenta las señales del otro. Por lo que aun en estos detalles, pienso que podríamos reflexionar y evaluar qué reforzar. ¿Qué tanto debemos dejar a la espontaneidad en estas expresiones? ¿Qué tanto debemos regularlas?
Las interrogantes sobre “honrar el no e incorporarlo de manera divertida”, así como “criar niños como adultos”, me han interpelado mucho más, pues son preguntas que NO se nos habían ocurrido. El “stop” que hacemos ante juegos bruscos es, por ejemplo —¡valga la redundancia—: “¡brusco!”. Por eso, encuentro interesante la propuesta de jugar con los Nos, e incorporarlos en la vida cotidiana sin carga negativa.
Así mismo, aunque encuentro un poco dolorosa la frase “criar niños como adultos”, la lógica es clara. Respaldo la necesidad de hacerlo de esta manera, en el sentido de estar más atenta e intervenir prontamente cuando haya confusión respecto a los límites del otre, o cuando no se estén respetando. En este sentido, hasta ahora, estamos encontrando viable enseñarle a nuestro Puma a alzar su voz ante algo que no le agrada, así sea un amigue muy queride el que haga cosas que no son parte de un juego amable (golpes, empujones, etc.) y que no debe aceptar en caso no se sienta cómodo. Pero nuevamente, es un trabajo sostenido y repetitivo que debemos realizar, porque es evidente que aún le cuesta. Por ejemplo, hemos podido observarle con mirada triste cuando un amigue no le hace caso a su negativa de parar, y cómo él le espera y “aguanta” el cuerpo del otro en defensa propia. Y solo nos dice: “es que es mi amigo”, dándonos a entender que le cuesta poner límites incluso cuando le desagradan las acciones del otre.
Pero también es cierto que nuestro Puma cumple el rol inverso, es decir, es capaz de jalonearle la ropa o abrazarle intensamente, porque le cuesta despedirse de algún amigue. Le estamos enseñando a que debe parar ante el primer indicio de incomodidad en el otro, con insistencia. Y por más mirada melancólica que nos mande, es nuestro trabajo señalarle que no es posible ese comportamiento.
En suma, nuestro reto es grande. No solo debemos estar alertas y reflexionar, sino repetir con amabilidad y constancia que los límites no son negociables en cualquier rol en el que se encuentre. Sabemos que es un tema que le cuesta, y que ha significado un shock para nosotres como familia. Por eso, deseamos seguir trabajando en este camino del héroe planteado por las rutas de nuestro Puma, moldeado voluntaria e involuntariamente por nosotros, profundizando como familia cómo queremos ser y cómo podemos ser. Nos queda claro que deseamos que nuestro Puma sea saludable y sepa convivir armónicamente en su comunidad, pero también deseamos sea él.